Crisis…

La actual crisis financiera y económica en la que se encuentra inmersa buena parte del mundo y en concreto nuestro país ha hecho saltar todas las alarmas, con dos preocupaciones fundamentales: la escasez de crédito y el incremento acelerado del número de personas desempleadas.

A estas alturas ya se han realizado innumerables análisis al respecto, y seguramente queda poco que aportar, pero sí que me gustaría destacar tres aspectos que quizás no han aparecido lo suficiente:

1) La existencia de numerosos problemas estructurales que, aunque consiga remontarse la coyuntura actual permanecerán y que, en cierta medida, obligan a revisar nuestro modelo de desarrollo y quizás el concepto mismo de crisis; entre otros: la amenaza del cambio climático; el envejecimiento progresivo de nuestra sociedad; las cuestiones relacionadas con la integración social, el colapso de las infraestructuras; el debate sobre la calidad de la enseñanza; la triple brecha digital; la colisión entre libertad y comodidad que plantean los nuevos usos de la red (y que queda bastante bien retratada en la situación en la que se encuentran los humanos en la película Wall-e); los problemas de gobernabilidad que ejemplifican el proceso de integración europea pero que se refleja también en la falta de coordinación entre los diferentes niveles de gobierno; etc. Parece, por tanto, que la crisis fuera tan sólo cuestión de tiempo, hasta que apareciera la chispa adecuada para desatarla.

2) Las recetas para salir de la crisis no son muy diferentes a las utilizadas en ocasiones anteriores. Efectivamente, esta crisis tiene un recorrido similar a las demás: los problemas financieros se trasladan al conjunto de la economía, lo que provoca conflictos sociales y acaba afectando a la esfera política. En nuestro caso, y pese a la existencia también de evidentes síntomas de crisis social y política desde hace tiempo, parece que lo peor está todavía por llegar. Como ya he comentado anteriormente, el recurso a los postulados keynesianos no es en nuestro caso algo nuevo (si lo es, en todo caso, que los fondos europeos con los que hemos contado para ello durante un par de décadas están llegando a su fin, y que ahora tengamos que «keynesiear» de nuestro propio bolsillo).

3) Se expresa cada vez más el convencimiento que, igual que hemos salido de otras crisis, vamos a salir tarde o temprano de la situación actual. Es, desde luego, la actitud correcta, teniendo en cuenta que la desconfianza es el principal factor que alimenta el bucle de las crisis. Sin embargo, también debemos observar la realidad y darnos cuenta que la situación no es exactamente la misma que antaño, cuando no existía nadie que no fueran los países capitalistas occidentales los que tuvieran la capacidad para volver a asumir el papel de motor de la recuperación. Así, en la crisis de los 70 y principios de los 80 fueron los países productores de petróleo los que trataron de asomar la cabeza en la élite económica, pero la desestabilización política los devolvió a un segundo plano. En los 90, los denominados «tigres asiáticos» atemorizaban al, pese a la crisis, acomodado occidente, pero bastaron un puñado de brokers para desmatelar buena parte de lo que habían avanzado. En la actualidad son la India, y sobre todo China las que se postulan para el relevo, y eso son ya palabras (y países/economías) mayores…

En un próximo post me centraré en la situación española y a exponer algunas ideas y retos que modestamente me parecen pertinentes para la actuación, especialmente en el marco del desarrollo local, que puedan contribuir a aprovechar este momento de crisis para acometer reformas que contribuyan a salir mejor de ella y afrontar con mayores garantías el futuro.

Sirva, no obstante, como anticipo, la siguiente presentación que contiene los elementos que forman el hilo argumental de ambos posts.

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